sábado, 23 de febrero de 2013

Poesía, vitalidad y amor: aprender por el ejemplo. La (A) en la pizarra (I)

     [Inicio aquí una serie de breves notas de lectura alrededor del libro La (A) en la pizarra, una colección de escritos anarquistas sobre educación, editados en 2011 por La Malatesta.]

     Algunas de las ideas que –desde el siglo XIX– defendían los anarquistas en educación están ya incorporadas a la pedagogía progresista actual. Sirva de ejemplo la coeducación, la necesidad de atender a la diversidad del alumnado o la importancia de impulsar prácticas de aprendizaje cooperativo en el aula y fuera de ella (otra cosa muy distinta es que estos principios se practiquen con seriedad en la escuela pública española del siglo XXI). 
     Además de por conocer sus propuestas pedagógicas concretas, hay tres motivos por los que me gusta especialmente releer a los clásicos anarquistas. El primero es su lenguaje cargado de poesía, un lenguaje capaz de crear atmósferas e imágenes potentes que nos ayudan a visualizar otra educación posible. El segundo, la vitalidad, la confianza plena en que cuando los seres humanos se juntan a trabajar y a cooperar pueden conseguir cambiar sus vidas. Y, por último, el vínculo especial que tejen entre el amor a la infancia y el amor al saber. Es desde estos dos amores desde donde parte toda enseñanza verdadera. 
     Y es que la radicalidad de sus propuestas está no sólo en sus contenidos, sino en la misma forma de expresarlos. En El Hombre y la Tierra, por ejemplo, apuntó Elisée Reclus:

     "[El maestro] debe conocer a fondo a cada uno de sus discípulos, y a la vez que practica la más equitativa imparcialidad, empleará diversos procedimientos con cada individuo. Su clase contendrá pocos individuos, no pudiendo estos ser numerosos más que en los coros, los ejercicios gimnásticos, los paseos y los juegos.
     Son, no obstante, indispensables algunos camaradas en los estudios serios, porque la iniciativa individual necesita ser solicitada por el espíritu de imitación. Lo que se llama la emulación es, por su lado bueno, la necesidad natural de imitar al compañero, de saber lo que sabe, de igualarle en todo. La mayoría de los alumnos aprenderían a costa de grandes esfuerzos si hubieran de estudiar solos, sin amigos que les animaran espontáneamente por la voz, el gesto, la mímica: la manifestación de la vida de otros suscita la vida en ellos mismos; aprenden por el ejemplo más que por los hechos con que enriquecen su memoria; se forman cierto método que les acostumbra al orden en el trabajo, y se ingenian en disciplinar sus esfuerzos, en prepararse para la práctica de la ayuda mutua que será la parte más útil de su existencia. Una buena educación presupone, pues, un grupo de niños bastante considerable para que puedan entregarse a obras comunes, empresas alegres y vivamente acabadas."

1 comentario:

  1. Interesante la experiencia del CENU, liderada por pedagogos como Joan Puig Elias, Josep Alomà Sanabras, Roc Llop Convalia o Antoni Rovira Pallarès:

    http://www.youtube.com/watch?v=6daY7SdVun8

    http://vimeo.com/13576317

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