domingo, 17 de febrero de 2013

Contra la ignorancia (II): plantar semillas anti-guerra

     1. 
     Viernes 15 de febrero de 2013. Sector sur de Córdoba. 5ª hora, 2 de la tarde. 23 alumn@s de entre quince y dieciséis. Tema: la Primera Guerra Mundial. Tras leer algunas características del conflicto –largo y sangriento–, les digo que si observamos muchas de las fotografías del verano de 1914 podremos ver a soldados contentos dirigiéndose a los frentes de batalla. Esta imagen se invertiría meses más tarde. Les pregunto por qué piensan ell@s que los soldados iban tan sonrientes al comenzar la guerra:
     –"Porque se les había inculcado el patriotismo, que había que luchar por la patria". 
     –"Por ignorancia"

     2. 
     Verano de 1916. El joven alemán Erich María Remarque tiene 18 años y estudia en la universidad de Munster para ejercer como maestro. Es obligado a salir de las aulas y a dejar los libros, reclutado y trasladado al frente occidental hasta que termine la guerra. Diez años más tarde relató su experiencia y escribió una de las novelas antimilitaristas más famosas, Sin novedad en el frente

     "Kantorek era nuestro profesor; un hombre pequeño y severo, con levita gris y cara de musaraña. (...) Kantorek, en las horas de gimnasia, nos atiborró de discursos hasta que toda nuestra clase, con él a la cabeza, fuimos a la Comandancia del distrito para alistarnos. Todavía lo veo delante de mí, preguntándonos con los ojos relampagueantes tras los cristales de las gafas y la voz conmovida:
—Iréis todos, ¿no es cierto?
     Estos pedagogos llevan, con excesiva frecuencia, los sentimientos en el bolsillo del chaleco; ciertamente de esta forma pueden distribuirlos en cualquier momento. Pero nosotros, entonces, no lo sabíamos.
     Sólo uno se resistió a venir. Joseph Behm, un muchacho gordo y bonifacio. Más tarde, sin embargo, se dejó convencer. No tenía otra alternativa. Quizás otros pensaran como él, pero era muy difícil confesarlo, pues en aquella época incluso vuestros padres tenían presta la palabra «cobarde» para echárnosla al rostro. Y es que entonces nadie presentía lo que iba a pasar. Los más razonables eran, sin duda, la gente sencilla y pobre; en seguida consideraron la guerra como un desastre, mientras que, por el contrario, los acomodados no cabían en su piel de alegría; y sin embargo, ellos, mejor que nadie, pudieron prever las consecuencias.
     Katczinsky dice que de eso tiene la culpa la educación, que nos atonta. Y pensad que cuando Kat afirma algo, es que antes lo ha meditado bien.
     Casualmente, Behm fue de los primeros en caer. Recibió una bala en los ojos durante un combate y lo dejamos por muerto. No pudimos recogerle porque debimos retroceder precipitadamente. Por la tarde lo oímos gritar y vimos cómo se arrastraba por el campo. Sólo había perdido el conocimiento. Como no podía ver, zigzagueaba loco de dolor, sin aprovechar ninguna defensa, sin cubrirse. Así le mataron a tiros desde el otro lado, antes que nadie de nosotros hubiera podido salir a buscarlo.
     Naturalmente eso no puede ser relacionado con Kantorek; ¿cómo terminaríamos, si no, empezando por ver ahí una culpabilidad? Existen miles de Kantoreks y todos están convencidos de que lo que hacen, tan cómodo para ellos, es lo mejor que pueden hacer.
     Precisamente en esto consiste su fracaso.
     Habrían debido ser para nosotros, jóvenes de dieciocho años, los mediadores, los guías, que nos condujeran al mundo de la madurez, al mundo del trabajo, del deber, de la cultura y del progreso, hacia el porvenir. A veces nos burlábamos de ellos y les jugábamos alguna trastada, pero en el fondo teníamos fe en ellos. La noción de la autoridad, que representaban, les otorgaba a nuestros ojos mucha más perspicacia y sentido común. Pero el primero de nosotros que murió echó por los suelos esta convicción. Tuvimos que darnos cuenta de que nuestra edad era mucho más leal que la suya; no tenían por encima de nosotros más ventajas que la frase huera y la habilidad. El primer bombardeo nos reveló nuestro error, y al darnos cuenta de ello, se derrumbó, con él, el concepto del mundo
que nos habían enseñado."

3.    
     Noviembre de 1918. La Gran Guerra ha concluido. Albano Rosell escribe ese mismo año un artículo, "la guerra y la escuela", intentando explicar algunas de las razones del conflicto. Para Rosell la guerra no hubiera sido posible sin el militarismo inoculado en las escuelas europeas, adiestrando a los jóvenes en el ardor guerrero y en el patriotismo irreflexivo. Albano Rosell era un maestro naturista y libertario catalán y su artículo lo he recogido en la edición de Contra la ignorancia. La educación libertaria ha de tener clara su vocación antimilitarista y pacifista.

     4. 
     15 de febrero de 2013. Diez años después de la protesta global contra la guerra de Irak, un grupo de intelectuales y activistas de diferentes lugares del planeta firman un llamamiento por una protesta global contra las guerras y afirmando la necesidad de una paz mundial:
     "No solo decimos “no” a la guerra, decimos además “sí” a la paz, decimos sí a la creación de un sistema social y económico que no esté dominado por bancos centrales y grandes instituciones financieras. No solo decimos “no” a la guerra, exigimos que se acabe con el despilfarro masivo de dinero en los ejércitos, mientras miles de millones de personas se están quedando cada vez más pobres, ya que unos cuantos obtienen enormes fortunas totalmente desproporcionadas con respecto a cualquier trabajo o ingenio suyos.
     No solo decimos “no” a la guerra. Rechazamos un sistema económico que, en el nombre de la “competitividad económica”, enfrenta a los trabajadores en regiones y estados para que acepten trabajar por cada vez menos y en condiciones cada vez peores. A partir de las semillas anti-guerra plantadas hace diez años, queremos que la democracia global florezca, de tal manera que podamos decir en serio  “Nosotros, el Pueblo”, sin las jerarquías basadas en origen étnico, sexo, clase social o nacionalidad." (llamamiento completo para una protesta global)

5.
     La LOMCE elimina de los estudios buena parte de los contenidos que se consideran secundarios, aquellos que estorban al desarrollo de las materias instrumentales y que se piensan como inútiles para el buen funcionamiento del mercado –incluido el bélico, claro–. ¿Para qué perder el tiempo en artes, filosofía, ciudadanía, música, ciencias para el mundo contemporáneo o en optativas como psicología, sociología y antropología? Eso sí, el dogma católico es intocable. ¿Ciudadan@s crític@s? ¿Para qué? ¡Qué país! Stop Ley Wert.

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